La sangrienta batalla que a continuación se relata ocurrió hace 133 años, justo debajo de los puentes que hoy unen a las ciudades de Neuquén y Cipolletti.
Fortín Primera División, 16 de enero de 1882
Muy temprano, poco antes que se asomara el sol, una partida
de milicos había salido de recorrida desde el Fortín Primera División hacia el
paraje La Picasa, para observar los terrenos del lugar, y comprobar la posible
presencia de indios detrás de la línea de fortines. El grupo lo integraban el
cabo Manuel Contreras y cuatro soldados.
El Fortín estaba ubicado a 500 metros del Paso Fotheringham,
sobre el río Neuquén, muy cerca de la confluencia con el Limay.
Casi a la misma hora, tres soldados habían sido enviados
hacia una isla del Neuquén a cuidar a medio centenar de caballos que habían
quedado pastando en el lugar.
Juan Lindor Robledo, Lorenzo Montecino y Ramón Mercado, un
joven mendocino de 22 años, partieron en busca de los animales, que estaban
ubicados relativamente cerca del fortín. Sería un trabajo de rutina, como
tantas veces lo habían hecho.
Aprovechando la frescura del amanecer el capitán Juan José
Gómez también decidió hacer una tarea similar, pero con su caballo.
El animal que montaba Gómez no había sido enviado a la isla
porque era tan brioso que varias veces se le había escapado. Por este motivo,
el hombre había decidido atarlo a una estaca en el mismo fortín durante toda la
noche para salir a trotar en horas de la madrugada para cansarlo un poco. No
sería un trayecto largo. Con salir a correr por los alrededores bastaría para
calmar al nervioso animal y domesticarlo un poco.
Una veintena de soldados y troperos aun descansaba en el
fortín, sin saber que ese día se libraría una batalla sangrienta.
Un millar de guerreros de las tribus de Namuncurá,
Reuquecurá y Ñancucheo, con la colaboración de indios neuquinos y araucanos de
Chile, habían planeado un audaz asalto al pequeño edificio construido con
piedras y palos.
La Conquista del Desierto había comenzado en 1879 y tenía
como objetivo lograr dominio real sobre los territorios de la región pampeana y
la Patagonia que la Argentina reclamaba haber heredado de España, pero que
hasta ese entonces permanecían bajo el control de pueblos originarios de
diversas tribus.
Así como habían avanzado las columnas militares por
distintos puntos de la Patagonia, las agrupaciones indígenas se habían
organizado para resistir cualquier intento de usurpación de sus tierras. Y los
combates eran realmente sangrientos.
Sorpresas
El capitán Gómez disfrutaba el paisaje del río, los árboles
y el ruido del agua en esa mañana de verano, fresca y reconfortante, cuando el
sonido del clarín y las descargas de los fusiles lo volvieron a la realidad. El
ataque de los indios había comenzado y era realmente feroz.
Inmediatamente el militar se dio cuenta que estaba en
peligro. Había quedado completamente alejado de su guarnición, por lo que no
tuvo otro remedio, para volver al lugar, que atravesar las filas enemigas.
Antes de emprender una carrera alocada en busca de refugio,
se había sacado una camisa roja y se la había enrollado en un brazo para
defenderse de las lanzas.
Cuando los indios notaron su presencia inmediatamente se
dirigieron a él. Cinco jinetes habían salido del fortín para darle protección a
punta de pistola, mientras que el resto seguía parapetado contra las maderas disparando
sus fusiles una y otra vez.
Revolver en mano, Gómez eludió una decena de indios, pero no
pudo evitar el encuentro casi cuerpo a cuerpo con dos de los atacantes. A uno
lo mató de un certero disparo, pero al otro lo erró, por lo que el indio con un
rápido reflejo lanzó un chuzazo que lo alcanzó en la pierna. Pese al dolor, la
reacción de Gómez también fue rápida y de dos disparos terminó con la vida de
su enemigo. La velocidad de su caballo le permitió finalmente entrar al fortín.
La aparición de Gómez sorprendió realmente a los indios que
se replegaron por un instante para organizarse y volver a la carga.
Pero en ese mismo momento, tuvo lugar otro imprevisto. La
patrulla de soldados que comandaba el cabo Contreras volvía de hacer su
relevamiento en La Picasa (donde hoy se encuentra la ciudad de Cinco Saltos),
por lo que no pudo eludir la batalla.
Gómez ordenó a los soldados que estaban en el Fortín que
abrieran fuego contra unos 70 indios que habían salido en busca de los recién
llegados. Esta rápida acción permitió que Contreras y sus hombres lograran
llegar milagrosamente hasta la empalizada del fortín sin mayores heridas que
algún corte de lanza.
El rescate
Pero el combate seguiría dando sorpresas. Los tres soldados
que habían ido a cuidar la caballada aparecieron por el lado del río y el
choque fue inevitable. Cuando los vieron los indios se lanzaron al ataque.
El soldado Robledo cayó atravesado por cinco lanzazos y
murió al instante. Montecino alcanzó a disparar su arma, pero ante la gran
cantidad de enemigos decidió retroceder hasta una laguna que se había formado
por el desborde del río Neuquén. Hasta allí fueron a buscarlo y lo mataron a
chuzazos.
El joven Mercado quedó solo. En vano, disparó su carabina y
luego sacó su sable para batirse con varios indios que lo rodeaban.
Desde el Fortín alcanzaron a ver la escena, pero Mercado
estaba demasiado lejos para el alcance de los fusiles, por lo que el sargento
Ponce le pidió permiso al capitán Gómez para que le permita salir a auxiliarlo.
Los soldados Gerónimo Reinoso, Nicasio Bustos, Emilio Luján y Manuel Díaz lo
acompañarían aun sabiendo el riesgo que esta misión implicaba.
Los caciques, de manera inteligente, ordenaron no salir a
atacar a los salvadores. Era mejor esperarlos para cuando estuvieran lejos del
alcance de las balas, buscarlos y matarlos.
Tras una rápida carrera, los cinco militares llegaron
finalmente hasta donde estaba Mercado. A los tiros lograron ahuyentar unos
metros a los indios, pero el salvataje se hizo complicado. El soldado no se
podía parar porque una lanza lo había atravesado de lado a lado.
“Agarrate de la cola del caballo”, le gritó uno de sus
compañeros. Con las pocas fuerzas que le quedaban Mercado se aferró al animal y
el grupo retomó el regreso al Fortín, no sin antes enfrentarse nuevamente a una
gran columna de indios que había ido a buscarlos.
A los tiros y sablazos, los soldados lograron avanzar hasta
quedar cerca de la guarnición militar que cubrió con varios disparos la
llegada.
Mercado quedó tendido en el suelo y un soldado tuvo que
salir en su búsqueda para auxiliarlo. Logró levantarlo e ingresarlo finalmente
al Fortín, pero el esfuerzo fue en vano. El joven soldado finalmente moriría
horas después por las heridas de 27 lanzazos.
El desenlace
El grueso de los indios, que se había mantenido sin
intervenir en estas primeras acciones de lucha, escuchó finalmente la orden de
los caciques para el ataque final al fuerte. Y todos salieron en masa a matar o
morir.
Los grupos, con lanzas y cuchillos en mano, llegaron
rápidamente con sus caballos casi hasta el borde del foso que rodeaba al
fortín. Allí se bajaron y se lanzaron dentro de la zanja para tratar de llegar
a la guarnición. Pero los disparos de fusiles y revólveres impidieron que el
enemigo llegue a la empalizada.
En cuestión de segundos, numerosos cadáveres quedaron
tendidos en la zanja sin que se lograra penetrar en la pequeña fortaleza
militar, por lo que los jefes decidieron ordenar la retirada para reagruparse y
esperar una mejor oportunidad.
Pero además de la férrea defensa de los soldados en el
fortín, una acción del capitán Gómez sería decisiva para poner fin al ataque.
En un momento de la batalla, el capitán alcanzó divisar a lo lejos la figura de
uno de los principales cabecillas, que organizaba los ataques de los indios,
por lo que le pidió el fusil a un soldado para intentar un disparo salvador.
El capitán apoyó el Remington en un hueco de la empalizada,
apuntó pacientemente y disparó. La bala cruzó todo el campo de batalla e
impactó en el cuerpo del cacique, que cayó muerto instantáneamente para
sorpresa de todos sus seguidores.
El episodio terminó convenciendo al resto de los capitanejos
de que sería mejor una retirada ordenada sin arriesgar más vidas. Después de
todo el saldo no había sido tan malo para los indios. Habían matado cuatro
soldados y herido a una decena más de milicos por lo que el fortín había
quedado debilitado. Además tenían en su poder 50 caballos que habían logrado
robar de la isla donde pastaban. Los 27 muertos que habían tenido en sus filas
no significaban un número importante para el gran ejército que poseían.
El parte
Cuando los indios se retiraron, dentro del fortín volvió la
calma, pero la depresión se adueñó del aguerrido capitán Gómez.
En el parte de guerra que escribió al coronel Villegas
comentó los pormenores de la batalla y lamentó haber perdido a cuatro soldados
y a toda la caballada.
“Puedo asegurar al señor coronel que si los indios
consiguieron arrebatarme parte de los caballos que estaban en el corral, no fue
por culpa mía, ni por descuido o negligencia.
Y si después de retirarse no los perseguí fue debido al estado de la
tropa. Apenas disponía de diez hombres
en estado de moverse”, aseguró en el escrito.
Por la acción de defensa del fortín, Juan José Gómez fue
promovido al grado de Sargento Mayor; Ponce a Sargento 1º, y los soldados
Gerónimo Reinoso, Nicasio Bustos, Emilio Luján y Manuel Díaz, que
protagonizaron el audaz rescate, a Cabos 1º.
La batalla del Fortín Primera División fue uno de los tantos
episodios sangrientos que se vivieron en el norte de la Patagonia a finales del
siglo XIX a partir de la denominada Conquista del Desierto.
(Los datos con los
que fue escrita esta crónica fueron extraídos de la página
www.revisionistas.com.ar en la que citan como fuente a don Mario Raone y su
libro: Fortines del Desierto y a la Asociación Vuelta de Obligado)
Esta crónica fue publicada en el portal Diariamenteneuquén
excelente
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