“¡Ustedes acá no entran!”, gritó el
obispo y los policías le hicieron caso y quedaron paralizados.
Afuera llovía como nunca y los
feligreses se habían refugiado en la capilla de Ahilinco, creyendo que la
fiesta de la Virgen de Lourdes (patrona de los arrieros) finalmente se
frustraría.
Los policías estaban impacientes y no
sabían qué hacer. La orden era impedir que se cantaran o bailaran cuecas porque
en febrero de 1978 las relaciones con Chile estaban más que tensas a raíz de la
decisión argentina de declarar nula una decisión de la Corte arbitral que
entregaba las islas Lennon, Picton y Nueva al vecino país.
El sentimiento anti chileno era tal que
un comisario de Las Ovejas ya había prohibido las enramadas, las cuecas y todo
lo que tuviera origen trasandino para la fiesta de San Sebastián, que se
celebró en enero. Y esa misma orden tenía vigencia para esta nueva festividad.
Tal directiva parecía insólita teniendo
en cuenta que en el norte de Neuquén el 90 por ciento de la población tenía
algún parentesco o al menos una amistad con alguien oriundo de Chile.
Jaime de Nevares, el obispo de Neuquén,
estaba en conocimiento de estas directivas tan absurdas y ya había tenido
varios cruces de palabras con las autoridades de aquel entonces. Pero ese día
estaba particularmente furioso porque los feligreses querían festejar el día de
la Virgen dentro de la capilla y la Policía quería controlar que no sonara
ningún ritmo “foráneo”. Mucho menos que se hiciera un baile.
Terminada la misa, los parroquianos
comieron el asado que se había preparado para el festejo dentro de la capilla
porque había sido el propio De Nevares el que los había invitado a refugiarse
de la lluvia.
Afuera, los dos policía trataban de
explicarle a los gritos al obispo que ellos habían recibido órdenes superiores
y que las tenían que cumplir.
“Fuera del alambrado hagan lo que
quieran, pero del alambrado para adentro es tierra de mi Iglesia y yo soy el
responsable único… Y aquí vamos a seguir la reunión, el asado y la fiesta”, fue
la última palabra de Don Jaime cuando se asomó y vio a los dos milicos montados
a caballo completamente empapados y desorientados.
“Pero, Señor Obispo… a nosotros nos
mandan….”, fue el último intento.
“Bueno, vayan y díganle a su Jefe que yo
no los dejo entrar, ni aunque venga él….”, replicó el sacerdote furioso como
nunca y con un portazo de remache a la discusión.
Los presentes habían escuchado los
gritos y esperaban silenciosos dentro de la capilla. En realidad estaban
incómodos: primero había una orden policial de prohibir la celebración y
fundamentalmente la cueca. Segundo, porque el lugar de festejos era nada más ni
nada menos que era la “casa de Dios”.
De Nevares volvió como si nada y apenas
miró los feligreses desplegó una enorme sonrisa.
“Andá a buscar alguna cantora que
empiece con la guitarra”, le dijo a Isidro Belver, conocido poblador de esos
lares y hasta hoy entusiasta historiador y recopilador de las pequeñas
historias neuquinas.
La cuestión que Isidro cumplió con la
directiva y en pocos minutos se trajo a una cantora con guitarra que comenzó a
tocar tímidamente algunos acordes en medio de la expectativa y el silencio.
“Pedile que toque una cueca y vos sacá a alguien a bailar para romper el
hielo”, volvió a ordenar De Nevares.
La danza popular no era precisamente el
fuerte de Isidro, pero ante un pedido del obispo no tenía mucho para pensar.
Así fue que el entonces treintañero
invitó formalmente a una de las presentes y en el medio de la capilla comenzó a
sacar chispas al ritmo de la cueca, con pasos trabados y dubitativos, pero
contagiosos.
La intuición de Don Jaime fue realmente
acertada. A los pocos minutos, decenas de parejas siguieron a los danzarines y
la capilla se transformó en una verdadera fiesta que se extendió hasta entrada
la noche.
Afuera, pasados por agua y con más
preguntas que respuestas, los policías se retiraron al galope para dar las
malas nuevas a sus superiores.
Le dirían a la jefatura que en Ahilinco
el obispo se había declarado en rebeldía. Y lo peor, que en la capilla, después
de la misa, la gente comió asado, tomó vino y bailó la cueca.
Ilustración: Carlos Isola.
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