“¡Usted es un pedigüeño, Gorgni!…. ¡Como todos los intendentes, un pedigüeño que nunca le alcanza lo que tiene!”, vociferó el gobernador Rodolfo Rosauer ante la mirada helada y furiosa del jefe comunal.
“Si
su gente quiere comida o ropa, que se venga al valle a trabajar, que
aquí hay trabajo para todo el mundo”, agregó el mandatario con tono
severo.
Antonio Manuel Gorgni
era un médico rural que se desempeñaba en toda la zona norte de la
provincia del Neuquén y que había sido nombrado intendente interventor
de la localidad de Andacollo.
En
la década del 60, la mayoría de los pueblos norteños estaban olvidados
por el poder central, pese a los insistentes reclamos que hacían los
administradores. Hacía falta de todo: obras, ayuda social, trabajo,
servicios, infraestructura.
Esa visita que realizó Gorgni
a la casa de gobierno de Neuquén fue la gota que colmó el vaso. Aunque
en parte se la imaginaba, la respuesta del gobernador no era la que
esperaba. El intendente necesitaba ayuda urgente de todo tipo porque los
problemas y las carencias del pueblo eran una prioridad. Sin ayuda del
gobierno, sería imposible solucionar tantos inconvenientes.
Por eso Gorgni
no contestó y apenas si masculló una despedida entre los dientes ante
la indiferencia del gobernador. Había viajado una decena de veces a la
capital y la respuesta era la misma de siempre: “usted es un pedigüeño,
como todos los intendentes”.
Cuando esa misma tarde llegó a Andacollo, Gorgni pensó una y mil veces la manera de “conmover” a las autoridades del poder central. Hasta que finalmente la encontró.
En su oficina, tomó la máquina de escribir y comenzó a redactar una carta al alcalde de Andacollo, un pueblo homónimo ubicado en territorio chileno.
En
la extensa misiva, el intendente le recordaba las tradiciones y
culturas del norte neuquino, todo lo que habían hecho los chilenos para
el desarrollo del pueblo y el “desinterés” que tenían las autoridades
argentinas en toda la zona.
Por
eso, le propuso a su colega una suerte de trabajo en conjunto para
tratar de que el gobierno chileno se hiciera cargo de todo el olvidado
Departamento Minas. Hacerse cargo no era otra cosa que tratar de comprar
el territorio.
La respuesta del funcionario chileno no tardó en llegar. En efecto se le dijo a Gorgni
que el gobierno trasandino estaba dispuesto a aceptar la propuesta y
para iniciar las acciones ante las respectivas cancillerías y la ONU
para que “esta colonia chilena, vuelva a la soberanía de sus antiguos
habitantes”.
El
intendente neuquino leyó la nota una y otra vez, la guardó en el sobre
en la que había llegado y luego de armar un listado de ayudas para Andacollo, volvió a viajar a Neuquén Capital.
Luego
de esperar largos minutos en uno de los patios internos de la casa de
gobierno, el secretario del gobernador le dio el visto bueno para que
ingresara a la audiencia.
“¡Lo estaba extrañando! ¡Espero que no venga a pedir limosnas para la gente del norte!”, fue el sarcasmo del mandatario.
“Quédese tranquilo gobernador. Vengo a dejarle esta carta para que lo lea cuando pueda”, dijo cortante. Acto seguido, Gorgni pegó media vuelta y se retiró sin siquiera un saludo. Un vehículo lo estaba esperando en la puerta para llevarlo nuevamente a Andacollo.
Después
del largo viaje, el intendente finalmente llegó a su pueblo y lo
primero que vio apenas ingresó a su oficina fue un telegrama furioso del
gobernador: “Médico loco. Abandone trámites. El Departamento Minas no
se vende. Presentarse urgente Acción Social con vehículo de carga”.
A
partir de este episodio las relaciones entre el gobierno y los
municipios comenzaron a cambiar. Si era necesaria ayuda se la enviaba
urgente; si se reclamaban obras se hacían a la brevedad.
Todo lo que comenzaron a reclamar los municipios fue cumplido en tiempo y forma por el gobierno de la provincia.
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