martes, 16 de junio de 2015

La muerte de un periodista



“¿Me despedí de Julito?”, le preguntó el periodista a su esposa. Pudo haber sido una premonición de que algo malo ocurriría y por eso lamentaba la duda de no haber saludado a su hijo más chico que estaba por cumplir cuatro años y se había quedado en la casa.
Abel Chaneton y su esposa Amalia habían ido al cine aquel 18 de enero de 1917. La sala era la gran atracción de los neuquinos que recién llegaban a la flamante capital en busca de crecimiento y progreso.
Chaneton había nacido en Córdoba y de joven se había radicado en Chos Malal, entonces capital provincial de Neuquén. Allí se desempeñó en numerosos oficios y ocupó varios cargos públicos.
“Era un hombre muy inteligente y educado”, recuerda Carlos Chaneton, nieto e hijo de Julio, el hijo más chico de Abel, aquel chiquito de 3 años que le había generado la duda al periodista el día que fue con su mujer al cine y que un par de horas después encontraría la muerte.
Llegado a la capital, Chaneton había ocupado el cargo de concejal y presidente del Concejo Municipal, pero también había comenzado a ejercer su otra pasión: la de periodista. Por eso había fundado el diario Neuquén, una publicación que mantenía informada a la población de todo el territorio. “El diario tenía mucha información social y de servicios, pero también política”, recuerda Carlos.
En 1917, el gran tema que generaba debate y polémica era la muerte de ocho presos que se habían escapado de la prisión U9 el año anterior. Chaneton sostenía que los reclusos habían sido asesinados a sangre fría, versión contraria a la que tenía el gobierno de Eduardo Elordi, que hablaba de enfrentamiento. Y así derramaba denuncias y duras editoriales en su diario. Elordi no sólo sostenía la versión oficial de la Policía, sino que se negaba a investigar en profundidad la posibilidad de que realmente hubiese sido un fusilamiento a mansalva.
La contraparte periodística del tema la protagonizaba otro matutino ubicado en la localidad de Allen, que se llamaba El Regional y que dirigía Carlos Palacios. Las editoriales de este diario, además de defender la hipótesis oficial, descargaban duras críticas hacia el diario de Neuquén y, en especial, hacia Chaneton.
Editoriales cada vez más duras, denuncias de amenazas, un clima enrarecido en una región que recién empezaba a poblarse y a crecer.
Aquel 17 de enero, Chaneton y su esposa fueron al cine, en busca de un poco de distracción, pero en un intervalo, uno de sus colaboradores, Cesáreo Fernández Pereiro, llegó hasta la sala para decirle que en el bar La Alegría, ubicado en Olascoaga y Mitre, estaba Palacios y su gente. Con el tiempo, todos sospecharían que se trató de una emboscada planificada.
Chaneton se tocó las ropas para constatar que tenía el revólver que siempre lo acompañaba y se dirigió al bar casi a la carrera. En vano fueron los intentos de Amalia y de su amigo para frenarlo. Salió decidido a pedir explicaciones por las reiteradas ofensas públicas que había recibido en los últimos días
Cuando ingresó a La Alegría lo vio a Palacios. Estaba con René Bunster, un colaborador y con el sargento Luna, a quien Elordi había designado como custodia por una supuesta amenaza de Chaneton.
Palacios desenfundó su arma y disparó, pero no tuvo puntería. Lo mismo hizo Chaneton, pero con más suerte. Al menos dos balas impactaron en el director de El Regional, que cayó mortalmente herido. En el bar había gritos, confusión, gente tratando de escapar del tiroteo.
Chaneton intentó divisar a los agresores, pero estaban escondidos o habían escapado. Por eso decidió salir del lugar.
Entre las mesas y sillas tiradas caminó con dificultad hasta que finalmente llegó hasta la puerta y salió, sin darse cuenta que escondido entre las sombras lo estaba esperando agazapado el sargento Luna. El periodista no atinó a nada porque el policía le apoyó el 38 en el pecho y le disparó a quemarropa.
La noticia de la muerte del periodista tuvo alcance nacional y en el pueblo causó una profunda conmoción, porque todos sabían de las denuncias que había realizado y del enfrentamiento que sostenía con el gobierno de Elordi. 
Los restos de Abel Chaneton fueron velados en el diario que tanto quería ante una multitud y luego sepultados en el cementerio central de la ciudad.
Sus familiares lo recuerdan como un buen hombre, dedicado a encontrar justicia y contar verdades a través de su pluma, sin importarle las presiones del poder político, sin siquiera sentir el miedo a la muerte.

Nota del autor
El día posterior a su muerte, Abel Chaneton tenía previsto viajar a Buenos Aires para entrevistarse con el flamante presidente de la Nación Hipólito Yrigoyen. El objetivo era buscar apoyo a la investigación que impulsaba por la masacre de Zainuco, ante la negativa del gobierno neuquino.
Estaba dispuesto a seguir luchando para que aquellos crímenes no quedaran impunes y para que el caso tomara trascendencia nacional.

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