“¿Qué podría hacer para expresar todo el amor que tengo por vos?”, le
dijo él a su amada, con los ojos perdidos en el horizonte. Ambos
estaban tendidos sobre la arena del desierto mirando un cielo desbordado
de estrellas en una noche quieta y serena de principios de 1904.
“Ya me demostraste todo tu amor”, le contestó ella clavándole los ojos azules y profundos mientras le acariciaba el pelo.
Carlos Bouquet Roldán era el gobernador del territorio de Neuquén y
estaba organizando la inauguración de la nueva capital que hasta hace
poco había estado ubicada en Chos Malal, al norte de la provincia.
Carlos tenía 51 años y era un hombre apuesto, de modales refinados,
carácter severo y una cultura exquisita. Su matrimonio había fracasado
recientemente con Carmen Zavalía y sin darse cuenta se había enamorado
perdidamente de Sara, hermana de uno de sus colaboradores en la
administración de la provincia.
Oriundo de Córdoba, Carlos nunca se hubiera imaginado que viviría un
momento como ese: tendido en la barda virgen de lo que sería la capital,
al lado de una carpa que había montado para organizar el nuevo
gobierno. Mucho menos con aquella joven de cabellos rubios y mirada
adolescente a la que le llevaba más de 30 años. En una noche estrellada,
casi mágica.
Sara Rodríguez Iturbide era la hermana de Emilio, un tenedor de
libros del gobernador. El primer día que conoció a Carlos, supo que era
el amor de su vida, aun con la resistencia de su familia, tanto por la
diferencia de edad como por el hecho de que aquel hombre ya estaba
casado.
Sus padres habían llegado al norte neuquino provenientes de Chile,
pero las raíces de la familia estaban en Valladolid, España, de donde
eran oriundos.
En el pueblo, el romance de ambos estaba en boca de todos, aunque
nadie lo hablaba de manera abierta. Todos sabían que el matrimonio de
Carlos había terminado. Conocían la historia de esta amante secreta
desde que él la vio por primera vez en Chos Malal. También estaban al
tanto que la muerte de su pequeño hijo, Enrique, cuando apenas era un
niño, había precipitado las cosas. Carlos había caído en un profundo
pozo depresivo. Su mujer finalmente se fue.
El gobernador había encontrado en Sara algo más que una simple
relación. Ella era hermosa, pero a la vez, una mujer madura, pese a su
corta edad. Lo contenía, lo asesoraba, lo levantaba cada vez que él caía
atrapado por sus fantasmas o por la melancolía. También lo alentaba en
este nuevo proyecto de fundar una “gran ciudad” en el medio del
desierto.
Carlos la abrazó y la miró con ternura. “Ya se cuál será mi mejor homenaje para demostrarte mi amor”, le dijo.
Ella se rió con intriga. “Quiero saberlo ahora”, le contestó con aires de capricho.
“El día de tu cumpleaños será un día muy especial para vos y para la gente que viva aquí”, le dijo.
Ella lo miró con más intriga.
“El día de tu cumpleaños será fundada la ciudad con la que tanto
sueño. Ese será mi mejor homenaje y la mejor prueba de amor que te puedo
dar”, reafirmó satisfecho con la propuesta.
Ella volvió a reir y lo abrazó feliz. Ambos se fundieron en un beso interminable.
La noche, abierta y profunda, iluminada por millones de estrellas y una luna desmesurada, fue el escenario de aquella promesa.
Y los pastos secos y las dunas de la barda fueron los testigos del
por qué un 12 de septiembre fue la fecha elegida para que naciera una
gran ciudad llamada Neuquén.
Nota del autor: La hermana de Carlos Bouquet
Roldán, Josefa, se había casado con José Figueroa Alcorta, quien fue
candidato a vicepresidente de la Nación en la fórmula con Manuel
Quintana.
Cuando Quintana murió, Figueroa Alcorta asumió la presidencia de la
Nación para finalizar el mandato. En ese momento, Carlos Bouquet Roldán
ya había terminado su gestión como gobernador, así que su cuñado,
flamante primer mandatrio, le ofreció trabajo como Jefe de Aduanas.
Carlos y Sara se trasladaron a Buenos Aires donde vivieron el resto de sus días. El murió en 1921 cuando tenía 67 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario